La disminución de las tasas de fecundidad y la mayor esperanza de vida están alterando el panorama demográfico de los países en todo el mundo, cuestionando no solo nuestras ideas sobre la manera de financiar la asistencia a las personas mayores, sino también nuestras actitudes ante el envejecimiento.
Un ejemplo es la población de Tailandia, que está envejeciendo, según Viroj Tangcharoensathien, asesor principal del Programa Internacional de Políticas Sanitarias de Tailandia, en la actualidad casi un 11% de la población tailandesa tiene más de 60 años, y ese porcentaje tiende a aumentar rápidamente. Se prevé que la proporción de personas mayores respecto a la población total alcanzará el 14% en 2015, el 19,8% en 2025 y casi el 30% en 2050.
Contribuyen a esa tendencia la disminución de las tasas de fecundidad (en parte gracias a la provisión pública de servicios de planificación familiar) y las mejoras sanitarias logradas, especialmente entre las mujeres y los lactantes, observa que la prevalencia del uso de métodos anticonceptivos ha aumentado desde el 15% de 1970 hasta alrededor del 80% actualmente, mientras que la esperanza de vida ha aumentado desde 56,2 y 51,9 años en la mujer y el hombre, respectivamente, a mediados de 1960 hasta unos 75,7/69,9 años en la actualidad.
Tailandia no es la única víctima de esos logros, confirma un reciente informe presentado al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en el que se señala que la población de más de 60 años es el segmento demográfico que más rápidamente está creciendo. El informe, presentado por Anand Grover, Relator Especial sobre el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental, advierte de que en 2050 una de cada cinco personas pertenecerá a ese segmento de la población, y de que a finales de esta década el grupo de mayores de 60 años totalizará alrededor de mil millones de personas, esta transición demográfica se está manifestando ahora con especial intensidad en los países en desarrollo, particularmente en Asia, donde viven hoy más de la mitad de los mayores de 60 años que hay en el planeta (400 millones).
Los cambios demográficos por los que atraviesan los países de ingresos bajos y medios se están produciendo mucho más rápidamente que en el caso de Europa y América del Norte, en los últimos diez años aproximadamente una serie de países asiáticos, entre ellos China, Indonesia, Japón, Myanmar, la República de Corea, Singapur, Tailandia y Viet Nam, han visto caer sus tasas de fecundidad por debajo de las tasas totales de fecundidad registradas en los países europeos, y en muchos casos hasta niveles cercanos o inferiores al necesario para reemplazar la población.
Esa cifra cada vez mayor de personas mayores de 60 años o más, depende por tanto de un recurso proporcionalmente cada vez más escaso, esto es, de la población joven y, en particular, de los familiares más jóvenes. En Tailandia, por ejemplo, como en muchos otros países en desarrollo, los hijos son con diferencia la fuente más común de ingresos para las personas mayores, y la idea de recibir apoyo filial en la vejez es una expectativa ampliamente compartida por la actual generación de adultos. Considerando la importancia de la familia para proporcionar atención crónica a los ancianos o ayudar a ello, y el hecho de que ese recurso se está reduciendo rápidamente.
Tenemos que replantearnos radicalmente nuestra actitud ante las personas mayores, sobre todo la idea de que los ancianos constituyen una «carga social», debemos ver un cambio de rumbo que asegure la continuidad de la contribución de las personas de edad a la sociedad, como parte del «envejecimiento activo» que propone la OMS, uno de los componentes clave para mantener una buena salud después de los 60 años. Si el acceso a la atención primaria es crucial para conservar la salud en la ancianidad, la adopción de prácticas de vida saludables durante toda la vida es igualmente importante.
Lograr una vida sana para las personas mayores es un aspecto capital de la respuesta al problema del envejecimiento de la población, el envejecimiento activo no se refiere solo a la actividad física y la salud, sino que abarca la continuidad de la participación de las personas en los ámbitos social, económico, cultural y cívico. Para lograr todo eso, los países tendrán que hacer mucho más aparte de animar a la gente a ir en bicicleta o acudir a un gimnasio: para hacerse realidad, el envejecimiento activo exige un replanteamiento global del papel de las personas mayores en la sociedad.
Sin embargo, por más activas y sanas que se conserven después de los 60, llega un momento en el que las personas mayores comienzan a estar débiles y perder autonomía. Debe haber en marcha algún tipo de sistema asistencial, y ese sistema se ha de financiar. Cuando el deterioro cognitivo forma parte de esa pérdida de salud, la necesidad de atención y financiación se agudiza. El problema no es solo que la demencia sea más frecuente en las personas de edad avanzada, sino que esta dolencia se ha resistido hasta ahora a cualquier forma de prevención y tratamiento. A menos que surjan nuevas ideas, sabemos que el envejecimiento de la población irá acompañado de un aumento del número de personas con deterioro cognitivo y demencia.
También tenemos que reinventar nuestra manera de entender el envejecimiento, queremos prolongar la vida en su tramo medio, no solo al final. Y eso significa mantener a las personas sanas durante el mayor tiempo posible, y darles la oportunidad de hacer las cosas que deseen hacer y que la sociedad necesita.