Cuando a una persona le dan la noticia de que tiene un enfermedad terminal, por ejemplo cáncer, en una etapa avanzada y le dan pocas esperanzas, el primer sentimiento es la negación. Después viene el enojo: ¿porqué me pasa esto ami mi?, después sigue la culpa, ¿qué hice para que me pasara esto?, talvez si no me hubiera comportado de tal o cual forma, no me estaría sucediendo y finalmente, viene la aceptación y el tomar cartas en el asunto para encontrar la mejor solución.
Sin lugar a dudas, la ciencia médica, que ha dedicado años de investigación a diversas patologías, es la elección. Los tratamientos son caros, muchas veces son largos, tienen efectos colaterales severos, duelen, son desgastantes tanto para el enfermo como para su familia y lo peor es que hay casos en que ni siquiera son eficientes.
Cuando existe un desgaste económico y emocional, pueden aparecer los charlatanes: personas que dicen que son capaces de curan determinado padecimiento con jugos, con ciertas sustancias o actividades que incluso llegan a ser placenteras. La triste realidad es que mientras estas personas no logren demostrar por el método científico que su “terapia” es eficiente, mientras le expliquen que dicha “terapia” ha curado decenas de personas, pero esto no haya sido publicado con los estudios que requiere la ciencia y no esté aprobado por las autoridades de salud de los gobiernos, no llegará más allá de un placebo.
No dudo que haya personas, cuyas defensas se activen en determinadas circunstancias, por la creencia de que una “terapia” milagrosa les va a funcionar y logren curarse de males crónico-degenerativos, sin embargo, eso no puede generalizarse y el hecho de que a ciertas personas les funcione no significa que sea seguro y que con otras se obtenga el mismo resultado.
Un placebo es la administración de una sustancia que no genera cambios reales en el organismo, pero que la persona toma creyendo que si le va a servir. El sistema nervioso es muy poderoso y capaz de generar cambios sustanciales en el organismo, el problema es que en el punto en el que los humanos nos encontramos, no tenemos la capacidad de manejarlo, no está bajo nuestro control, por lo cual no conocemos sus alcances.
Debemos tomar conciencia de que al recibir la noticia de que tenemos una enfermedad terminal, es necesario someternos a los tratamientos médicos que han demostrado tener utilidad. Con la llamada “medicina alternativa” corremos el riesgo de dejar pasar días valiosos de tratamiento que pudieran contribuir sustancialmente en salvarnos la vida o lograr que tengamos una mejor calidad de vida.
Esta es la realidad con la que tenemos y vivir y la que debemos aceptar. No creamos en lo que nos gustaría que sucediera, creamos en lo que está comprobado, en lo que la ciencia nos ha demostrado. La fe mueve montañas, si, pero dejemos eso a Dios. En lo que a la medicina se refiere, permanezcamos del lado de la ciencia y no desperdiciemos la oportunidad de aprovechar sus avances.
Lo que está a nuestro alcance en el día a día es evitar conductas que se ha demostrado son nocivas para la salud, como fumar, ingerir bebidas alcohólicas en exceso, llevar una vida sedentaria y consumir demasiadas grasas saturadas y azúcar refinada.
Hagamos ejercicio diario, alimentémonos sanamente, evitemos las conductas de riesgo y procuremos dormir un mínimo de 8 horas al día. De esta forma contribuiremos a vivir más y lo más importante: vivir mejor.
Escrito por Diane Pérez