El sentido del olfato humano es 10 mil veces más sensible que cualquier otro de nuestros sentidos, y es el único lugar donde el sistema nervioso central está expuesto al ambiente. Otros sentidos como el tacto y el gusto deben viajar por el cuerpo a través de las neuronas y la médula espinal antes de llegar al cerebro, mientras que la respuesta olfatoria es inmediata y se extiende directamente al cerebro, los olores estimulan el sistema nervioso central, el cual modifica nuestro estado de ánimo, activa la memoria, las emociones, el sistema inmunitario, el sistema endocrino, influye en la elección de pareja y la percepción de ciertos olores puede indicar algún problema de salud.
Los receptores olfativos tienen un nivel límite mínimo para ser activados, el cual puede modificarse para que se adapten a un estímulo constante. Por ejemplo, cuando entramos en una habitación muy olorosa, la mitad de la adaptación de los receptores olfativos sucede en el primer segundo después de su estimulación, es decir, modifican su nivel para ser menos sensibles, lo que evita que se desencadene una reacción nociva; después, el sistema nervioso inhibe las señales sensitivas del olfato
El olfato: es uno de los sentidos menos comprendidos debido a que es un fenómeno subjetivo y no es fácil estudiarlo. El sentido del olfato humano es menos agudo que los de algunos animales de experimentación, considerados inferiores evolutivamente hablando.
Los receptores de la sensación del olfato son células nerviosas derivadas del sistema nervioso central y se estima que contamos con 100 millones de receptores de este tipo. Sin embargo, hace varios años se creía que la multiplicidad de sensaciones del olfato era producida como resultado de ciertas sensaciones primarias. Diversos estudios indican la existencia de siete olores primarios: alcanfor, almizcle, flores, menta, éter, acre y podrido, olores que corresponden a los siete tipos de receptores existentes en las células de la mucosa de la nariz. No obstante, los datos reportados en los últimos años sugieren que hay por lo menos 100 sensaciones primarias de olor.
Una de las características fundamentales del olfato es que solo necesita una pequeña concentración del estimulante en el aire para desencadenar una sensación olfativa, pero una concentración de 10 a 50 veces mayor que los valores umbral produce una reacción de máxima intensidad; en otras palabras, el sentido del olfato se ocupa básicamente de detectar la presencia o ausencia de olores, más que su intensidad cuantitativa.
Se han identificado tres vías del olfato. La primera conocida como sistema olfativo arcaico, que se encarga de los reflejos olfativos básicos; luego, un sistema llamado antiguo, que proporciona un control automático para el aprendizaje parcial de la ingestión de alimentos, así como el rechazo de alimentos tóxicos o poco saludables; finalmente un tercero que fue recientemente identificado que se encarga de la percepción consciente del olfato. Desde el punto de vista fisiológico, el sentido del olfato y el gusto están relacionados entre sí y son parte de nuestro sistema sensorial químico. Casi todo lo que consideramos sabor (un 95%) lo detectamos con el olfato, el cerebro analiza e interpreta la información olfativa.
Para muchas especies, el sentido del olfato y el gusto determinan su supervivencia. Los sabores de los diversos alimentos se deben en gran medida a una combinación de características gustativas y olfatorias y por consiguiente un alimento puede saber diferente cuando se tiene un resfriado que afecta el sentido del olfato. La ventaja más evidente en cuanto a las percepciones en estos dos sentidos es que el del olfato funciona a distancias mucho mayores que el sistema del gusto.
El proceso del olfato sigue estos pasos:
Las moléculas del olor en forma de vapor que están flotando en el aire llegan a las fosas nasales y se disuelven en las mucosidades que se ubican en la parte superior de cada una de ellas.
Debajo de las mucosidades se encuentran las células receptoras especializadas, también llamadas neuronas receptoras del olfato, las cuales detectan los olores.
Las neuronas receptoras del olfato transmiten la información a los bulbos olfatorios que se encuentran en la parte de atrás de la nariz.
Los bulbos olfatorios tienen receptores sensoriales que en realidad son parte del cerebro y envían mensajes directamente a los centros más primitivos del cerebro, donde se estimulan las emociones y memorias (estructuras del sistema límbico), así como a los centros “avanzados”, donde se modifican los pensamientos conscientes (neocorteza).
Estos centros cerebrales perciben los olores y tienen acceso a recuerdos que nos traen a la memoria personas, lugares o situaciones relacionadas con esas sensaciones olfativas.
Finalmente, el epitelio olfativo tiene unas glándulas encargadas de segregar una solución enzimática cuya misión es eliminar las moléculas olorosas que han excitado las neuronas correspondientes, limpiando en cierto modo la mucosa olfativa de las sustancias presentes en ella ya detectadas.
La cultura actual se ha visto invadida por la imagen y el sonido, el principal elemento de fiabilidad se ha centrado en los ojos y oídos, empujando al resto de los sentidos a un lugar secundario, por lo que se ha subestimado la importancia del sentido del olfato. La mayoría de las personas desconocen que dicho sentido es muy poderoso y básico y que existen varias anormalidades asociadas a él, tales como la anosmia (ausencia del sentido del olfato), la hiposmia (disminución de la sensibilidad olfatoria), la disosmia (sensación olfatoria distorsionada) o la parosmia (alucinaciones olfatorias), entre muchas otras, que nos impiden obtener una información adecuada del medio ambiente a través interesante e importante sentido.
El aroma particular de cada ser humano es un equilibrio personalísimo de hormonas llamadas feromonas, que son aquellas que provocan en el cerebro la reacción de atracción sexual. Las mujeres producen las llamadas feromonas EST (derivadas del estrógeno) y los hombres producen AND (derivadas de los androgenos o testosterona). El cerebro humano, tiene su respuesta sexual en el hipotálamo anterior y es ahí donde se registran las respuestas a las feromonas AND y EST.
La nariz humana, a veces respingada y aparentemente poco útil, tiene dos pequeñas cavidades sobre el tabique nasal, que son las receptoras de estas feromonas, de allí al cerebro y la respuesta es inmediata. No hay consciencia en la persona de lo que está ocurriendo cuando alguien pasa por su lado. Lo encuentra agradable sexualmente o no, sin saber bien porqué. Los amorez a «primera olida» no son entonces una invención romántica sin fundamento científico. En el varón el olor se concentran en la transpiración, en la mujer en la secreción vaginal, algunos hombres, sin estar conscientes de ello, pueden percibir cuándo las mujeres están ovulando respondiendo con una mayor producción de testosterona, lo cual sería bastante lógico si pensamos que en ese período del ciclo reproductivo femenino es, precisamente, cuando las posibilidades de un embarazo son más altas. Al margen de lo que hoy suceda y se controle la natalidad, la biología sigue empeñada en atraer machos y hembras en el momento adecuado para la concepción y la perpetuación de la especie.
El sentido del olfato parece tener una preponderancia a la hora de sentir atracción sexual pero el ser humano va más allá con su nariz: aromas, esencias, olores agradables o desagradables son altamente evocadores para todos. Basta el aroma del café para recordar mañanas en casa, o la fragancia de determinado perfume que asociamos con un ser querido.
Quizá el sexto sentido del que tanto se habla, el instinto, o una preferencia determinada y sin explicación por alguna comida, persona o lugar, tenga una buena parte de origen en el olfato y su dosis de características psicológicas, emocionales de bagaje cultural y personal del que no se es consciente, trabajando todo junto en el mismo y preciso instante.