Una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida. En la gran mayoría de los casos, la superará y , si bien la enfermedad perdura, el paciente, con ayuda de familiares, amistades y profesionales, será capaz de afrontar su situación. También puede ser un proceso largo y doloroso, no sólo por la gravedad de su patología, sino por la imagen negativa que la sociedad posee de las personas con enfermedad mental. Gran parte del sufrimiento que padecen estas personas tiene su origen en el rechazo, la marginación y el desprecio social que tienen que soportar, y no en la enfermedad en sí misma.
La percepción social de la enfermedad mental está sesgada por el desconocimiento y la desinformación, e influye en el aislamiento de las personas que la padecen, haciéndoles creer que su enfermedad es una losa demasiado pesada de la que no podrán sobreponerse, y poniendo barreras a su recuperación. Nos referimos al estigma de la enfermedad mental, sustentado en prejuicios y causante de discriminación social, que se debe combatir por injusta y cruel.
La estigmatización es casi siempre inconsciente, basada en erróneas concepciones sociales, arraigadas en la percepción colectiva. Por ejemplo, que una persona con esquizofrenia es violenta e impredecible y no podrá nunca trabajar o vivir fuera de una institución ni tener una vida social. Que una persona con depresión es débil de carácter, que no puede casarse ni tener hijos, que la enfermedad mental no tiene esperanza de curación, que es imposible ayudarle.
Los vecinos que se sienten incómodos con estas personas, evitan cruzarse con ellas y desearían que no hubiera gente así. Los empleadores que las relegan a funciones de menor nivel. También algunos profesionales son fuente para la estigmatización cuando en la consulta ven sólo la patología y no a la persona. E incluso la familia, que siente vergüenza y esconde la enfermedad, la niega y con ello también niega a la persona.
El estigma de la enfermedad mental viene heredado de siglos de incomprensión, de una mentalidad proclive a “encerrar al loco” y alejarlo en lugar de ayudarlo desde una perspectiva de salud e integración. Hace más de 20 años que se inició la reforma psiquiátrica, se desmantelaron los hospitales psiquiátricos y el “loco” pasó a ser un ciudadano. Pero desmantelar el estigma de la conciencia colectiva parece una tarea mucho más difícil. Las barreras de los antiguos manicomios han dejado paso a otros muros, invisibles, que mantienen el aislamiento e impiden la total recuperación de los pacientes, mediante prejuicios que los encierran en su enfermedad.
El silencio que rodea a cualquier problema de salud mental forma parte del problema, las enfermedades mentales están silenciadas, ausentes e invisibles. Están muy cercanas pese a que siguen siendo grandes desconocidas para la sociedad. La realidad es que una de cada cuatro personas padece una enfermedad mental a lo largo de su vida. Puede ser una amiga, un novio, un padre, una hermana o un compañero de trabajo. El 9% de la población sufre una enfermedad mental. Estas cifras crecerán, en una tendencia común en el mundo occidental y con un elevado costo social y económico.
Las autoridades de salud han identificado el estigma como una parte sustancial del problema de las personas con enfermedad mental, su erradicación se está convirtiendo en un objetivo prioritario de las instituciones de salud, la Organización Mundial de la Salud, establece la necesidad de una mejor concientización de la población respecto a las enfermedades mentales y su tratamiento, así como el fomento de la integración de las personas afectadas mediante acciones de sensibilización, haciendo hincapié que la salud mental importa.