La felicidad en la adultez puede ser determinada por la calidad de las relaciones en la juventud, no por la inteligencia ni el rendimiento académico, sugiere una investigación reciente, realizada por el Dr. Craig Olsson, profesor de psicología del desarrollo de la Universidad de Deakin y del Instituto de Investigación Infantil Murdoch en Melbourne, Australia.
El estudio muestra que hay una relación duradera y significativa entre un buen ajuste en la niñez y un buen ajuste en la adultez, el ajuste académico per se no es suficiente para llevar al bienestar.
Aprender los secretos de «la buena vida» ha guiado los esfuerzos humanos durante milenios. Pero según el Dr. Olsson, ni la riqueza material ni el logro académico se han relacionado firmemente con la felicidad.
En lugar de enfocarse en cualquiera de esos dos factores, el Dr. Olsson y colegas decidieron observar la sensación de coherencia, la conexión, el afrontamiento positivo y los valores prosociales.
La coherencia incluyó si el niño sentía que su vida era significativa y manejable; la participación social observó la participación en actividades organizadas, como los deportes de grupo; las estrategias de afrontamiento incluían el uso del respaldo emocional; y la conducta prosocial incluía si una persona creía ser confiable, amable y responsable.
Una persona que puntuara alto en todas esas áreas sería alguien menos obsesionado con cómo se siente y qué puede conseguir, y más interesado en la forma en que vive y los valores que usa para guiar sus interacciones consigo mismo, con los demás y con el mundo.
Esos rasgos se asociaron con una mayor felicidad en la adultez, el estudio dio seguimiento a más de 800 neozelandeses durante 32 años, a partir de los tres años de edad. Los resultados aparecen en la revista Journal of Happiness Studies.
El desarrollo temprano del lenguaje y el logro académico en la adolescencia solo tuvieron una asociación débil con el bienestar. Los investigadores usaron las calificaciones de padres y maestros para definir la conectividad social en la niñez, como caerle bien a los demás, no estar aislados y sentirse confiados.
Entre los adolescentes, la conectividad social se midió mediante los vínculos con los padres, los pares, la escuela y un amigo íntimo, además de la participación en grupos de jóvenes y clubes recreativos.
Para fomentar la conectividad social, los autores imaginan el desarrollo de un currículo social de base amplia que fuera paralelo al currículo académico y que cultive el desarrollo de sistemas de valores positivos en los primeros años del desarrollo.
El ambiente social provee oportunidades críticas de aprendizaje para que los niños y los jóvenes exploren, evalúen y consoliden valores como la amabilidad, la confianza, la lealtad y el cariño, entre otros, que son el ‘cemento’ de unas relaciones positivas duraderas durante toda la vida.
Es uno de los preceptos básicos de nuestra comprensión de la conformación psicológica. Lo que hacemos en la adultez y la forma en que abordamos la vida se establece en la niñez. Si tuvimos una niñez sana, es más probable que recreemos esos patrones en la adultez, sin embargo, una niñez feliz no garantiza el éxito, si se define el éxito como el logro profesional. Para eso, la persona debe contar con las habilidades adecuadas o el talento para triunfar en la profesión elegida. Una persona puede tener éxito y no ser feliz, y una persona puede ser feliz sin que se le considere financiera o profesionalmente exitosa.
Fuente: Journal of Happiness Studies