Entre los mitos del sexo se encuentra el que sostiene que los placeres tienen que ver, sobre todo, con la gente joven. Para hacer justicia con aquellas mujeres que no son tan jóvenes, te presentamos una guía práctica sobre el nivel satisfacción erótica con la edad.
En materia de amor y sexo existe un abanico interminable de posibilidades. Así pues, los que creen que a la mediana y avanzada edad se debe estar pensando más en otra cosa que la cama, con barrigas prominentes y senos caídos, con seguridad se van a llevar una gran sorpresa.
Sexo a los 25: Apuro adolescente
Entre los 25 a 35 años muchos hombres y mujeres no asumen su vida, algunos quieren seguir viviendo en la casa de sus padres, y la impaciencia es el elemento común. Aunque se cree estar en la cima del erotismo y la seducción, vienen las frustraciones, y frases que se quedan en el silencio. ¡No alcancé a llegar!, ¿eso era todo?, ¿vamos por la revancha?..etc.
Sexo a los 35: Sólo para expertas
Muchos estudios coinciden en afirmar que la mujer alcanza su clímax de goce sexual, después de los 30 años. Ya conoce bien su cuerpo, reacciones, gustos y plenitudes. Es una especie de experta que sabe lo que quiere, cómo, de qué forma y cuándo lo quiere.
Otro factor bien importante es que se produce un cambio en el balance hormonal femenino que se traduce en un interés marcado por la vida sexual. Para muchos hombres, esta nueva actuación femenina resulta agradable y les imprime un renovado entusiasmo.
Para ellos, quienes también van ganando en edad, el sexo, entonces, deja de ser una meta o un tejido de aventuras donde lo que importa es el rendimiento.
Sexo a los 45 y más: Relájate y disfruta
Una vez que se dejan atrás las tensiones y la atención directa a los hijos, la época en que, entre el trabajo y la casa, no hay tiempo ni de mirarse en un espejo y que al sexo era casi de rutina, de nuevo, se cuenta con mayor espacio para intereses personales y para el descanso y, por lo tanto, se puede producir un reencuentro erótico, sin premuras, donde la pareja se dispone a coparticipar, en una transferencia recíproca de goces, emociones y ternuras.