El uso inadecuado o excesivo de antibióticos en el tratamiento del acné ha propiciado que se incremente la resistencia bacteriana de esta afección de la piel. El acné es una enfermedad crónica inflamatoria de la piel que involucra los folículos pilosos y las glándulas sebáceas. El acné se caracteriza por la formación de comedones, pápulas, nódulos y cicatrices que aparecen principalmente en la cara y en la parte superior del tronco.
Alrededor del 50% del Propionibacterium acnes –una bacteria asociada con el acné– es resistente a varios antibióticos.
Un grupo de dermatólogos internacionales ha solicitado que se limite el empleo de antibióticos para tratar el acné, porque estos fármacos solo están indicados en casos extremos y siempre combinados con otros tratamientos.
Las resistencias bacterianas se incrementan en función de la edad del paciente, la duración del acné, y el tiempo que lleve en tratamiento con antibióticos. Además el efecto de los antibióticos en el caso del acné es relativo, y su eficacia reside sobre todo en sus propiedades antiinflamatorias
Se estima que alrededor de 650 millones de personas en todo el mundo sufren de acné, es decir, una de cada diez personas. Además, aunque el 85% de los adolescentes presenta acné, un 30-40% de los afectados tiene entre 25 y 44 años, por lo que esta afección de la piel no es solo propia de la juventud.
Los dermatólogos señalan que es urgente disminuir la prescripción de antibióticos para minimizar la resistencia bacteriana, y que estos medicamentos no deben utilizarse como primera opción en el tratamiento del acné. El tratamiento de primera línea para la mayoría de los pacientes con acné debe ser una terapia de combinación basada en retinoides, pues ya hay evidencia científica sobre su eficacia, y disminuyen el riesgo de resistencia bacteriana.