Los avances tecnológicos en Medicina Estética, han permitido usar los ultrasonidos a baja frecuencia para la reducción de la adiposidad localizada, muchas veces conocida más por los populares nombres de chaparreras, llantitas o papada.
Esto también ha hecho que cada vez sean más populares nombres como el de la cavitación o ultracavitación. Las ondas ultrasónicas a baja frecuencia tienen varios efectos útiles para combatir los acúmulos grasos. Se produce lipólisis de los ácidos grasos de los adipocitos (células cargadas de grasa), debido a un fenómeno conocido como cavitación estable, y un aumento en la permeabilidad celular de los adipocitos.
Además, se produce una ruptura de las fibras a través de una acción mecánica (“jet stream”). Finalmente, parte del contenido de los adipocitos es metabolizado por el hígado y eliminado por vía urinaria, por lo que siempre se recomienda beber agua en abundancia tanto el día del tratamiento como los días posteriores.
Estos tratamientos se aplican en zonas corporales pequeñas y localizadas pero, aunque puedan parecer superficiales, no están exentos de riesgos. La cavitación ultrasónica es un tratamiento alternativo a la liposucción quirúrgica, la cual puede resultar más o menos agresiva según se realice con o sin láser, y en zonas más o menos extensas. Los ultrasonidos permiten evitar el quirófano y la anestesia, pues el procedimiento es indoloro y se puede realizar en la consulta médica.
Pero no todo son ventajas, no es una técnica que se pueda aplicar a cualquier persona, sino que conviene siempre realizar un examen médico y una historia clínica completa, existen contraindicaciones para usar aparatos de cavitación para el tratamiento de la grasa localizada, entre las contraindicaciones, absolutas o relativas según el caso individual, se encuentran: padecer insuficiencia renal, insuficiencia hepática, llevar un marcapasos u otros dispositivos electrónicos, embarazo, lactancia, la hipertrigliceridemia, la hipercolesterolemia, etc.
También es importante extremar el cuidado cuando hay órganos vitales cercanos, e incluso evitar ciertas zonas (en función de la potencia de los aparatos usados), pues se pueden producir daños en la glándula tiroides (cuando los tratamientos se realizan en el cuello) o en los ovarios (cuando se trata la zona abdominal). Por tanto, no todo está en el uso de equipos cada vez más potentes, sino que hay que adaptar la potencia y la profundidad del tratamiento a la localización anatómica de la zona a tratar y a la cantidad y estructura del panículo adiposo de cada persona.