El embarazo representa un problema terapéutico único porque hay dos pacientes, la madre y el feto. Una enfermedad materna puede beneficiarse con un tratamiento farmacológico particular que puede afectar en forma adversa el bienestar fetal. Aunque la mayoría de los médicos coinciden en que el beneficio de la madre es la primera consideración, existe el deseo obvio de prevenir todo impacto importante sobre el feto. Por lo tanto, con frecuencia el tratamiento farmacológico administrado durante el embarazo será diferente al usado cuando una mujer no está embarazada, este principio se aplica tanto a la elección de los fármacos como a las dosis de éstos.
Los cambios fisiológicos y hormonales que se producen durante el embarazo pueden alterar la absorción, la transferencia, la excreción y el metabolismo de cualquier medicamento. Cambios que son graduales, acentuándose en el tercer trimestre del embarazo y volviendo a los valores normales unas semanas después del parto.
Casi todos los fármacos son transferidos de una manera relativamente rápida a través de la llamada barrera placentaria (que no es tal pues a través de ella pasan tanto nutrientes como fármacos y tóxicos). La difusión de cualquier fármaco hacia los tejidos fetales depende de su liposolubilidad, del peso molecular, de la ionización y de su unión o no a proteínas.
Los fármacos administrados durante el embarazo pueden afectar al embrión o al feto:
Mediante un efecto letal, tóxico o teratogénico.
Por constricción de los vasos placentarios, afectando por ello el intercambio de gases y nutrientes entre el feto y la madre.
Indirectamente al producir alteración del medio interno de la madre.
La teratogénesis es la alteración morfológica, bioquímica o funcional, inducida durante el embarazo, que es detectada durante la gestación, en el nacimiento o con posterioridad. Cualquier fármaco capaz de causar anormalidades en el desarrollo del feto o del embrión se considera teratógeno. El período de mayor riesgo es el primer trimestre ya que, durante esta fase, tiene lugar la formación de la mayoría de los órganos.
Normas generales para la prescripción de fármacos en la embarazada
• Indicar sólo lo absolutamente necesario.
• Restringir la prescripción aún más en el primer trimestre.
• Informar sobre los peligros de la automedicación.
• Evitar fármacos de reciente aparición.
• Utilizar la menor dosis eficaz durante el menor tiempo posible.
• Evitar la politerapia y/o la polifarmacia.
• Revalorar los posibles tratamientos cuando se conozca un nuevo embarazo.
• Considerar a toda mujer en edad de procrear una gestante potencial.
El período durante el que un fármaco tiene mayor riesgo de producir alteraciones congénitas es durante las primeras ocho semanas de embarazo (período de organogénesis), pero la posibilidad de producir efectos adversos persiste a lo largo de toda la gestación.
Para que se produzca una malformación congénita, el fármaco no solo debe administrarse en una dosis suficiente, sino que debe actuar también sobre un embrión genéticamente susceptible y en un momento muy preciso de su desarrollo.
La etapa de preimplantación (primera semana postfertilización) es el período de máxima embriotoxicidad. Los fármacos pueden producir la muerte del embrión pero no dan lugar a malformaciones o al menos no se dispone de pruebas de que puedan producirlas. En esta etapa se dice que rige la «ley de todo o nada.
Después del primer trimestre del embarazo, los fármacos no suelen producir alteraciones morfológicas muy importantes pero pueden afectar el crecimiento y desarrollo funcional del feto.
Además, en el momento del nacimiento, la capacidad del recién nacido para metabolizar y excretar muchos fármacos está muy poco desarrollada y los agentes administrados poco antes o durante el parto, pueden persistir en el neonato y producir efectos adversos después del nacimiento.
Existe también la posibilidad de que la exposición a fármacos en la vida intrauterina tenga efectos carcinogenéticos en etapas posteriores de la vida.