La malaria o paludismo es una enfermedad parasitaria que se transmite al ser humano mediante el mosquito Anófeles. También se puede contagiar de forma congénita, es decir de la madre al feto y por transfusiones de sangre contaminada.
Se considera que cada año, se presentan entre 300 y 500 millones de nuevos casos, lo que convierte a la malaria en el mayor riesgo para las personas que viajan hacia las zonas tropicales.
Los primeros signos del padecimiento aparecen entre 10 días y 4 semanas después del contagio. Por lo general consisten en: Escalofrío, fiebre, sudoración, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, dolor muscular
Cuando el padecimiento se encuentra en etapas más avanzada, los síntomas son: Anemia, heces sanguinolentas, ictericia, convulsiones
La malaria es producida por un parásito del género Plasmodium, son 4 las variedades que pueden afectar al ser humano. Cuando el parásito ingresa al organismo viaja por la sangre y se dirige al hígado donde se reproducen y maduran para luego regresar al torrente sanguíneo e infectar los glóbulos rojos.
El diagnóstico se realiza mediante un examen físico que detecta el agrandamiento del hígado y del bazo, así como la realización de pruebas de sangre. Cuando el paciente no es atendido puede desarrollar serias complicaciones que pueden ser mortales, como la insuficiencia renal, anemia por la destrucción de células hepáticas, ruptura y hemorragia en el bazo o meningitis, que es la inflamación de las membranas que recubren el cerebro.
El tratamiento común consiste en la administración de fármacos especializados como la cloroquina y en caso más resistentes se recomienda la quinina.