Tanto en la alta competencia como en el amateurismo la exposición del cuerpo a un cierto nivel de actividad física permanente conlleva riesgos y sobre todo si implica realizar un deporte de contacto.
Es por eso que en todas las disciplinas se han dado casos en los cuales la integridad física de un deportista se ha visto perjudicada por lesiones, con el agravante de que en muchas ocasiones el daño no se circunscribe a unos días, semanas o meses (y se soluciona con la recuperación pertinente), sino que se vuelve permanente provocando la limitación de los movimientos y la actividad inclusive muchos años después de ocurrida la lesión.
Uno de los casos más sonados es el de Gabriel Batistuta, goleador del seleccionado argentino de fútbol. Años después de haberse retirado, hoy por sus reiteradas lesiones de tobillos no puede jugar a la pelota con sus hijos y le cuesta caminar.
Hay deportistas que se retiran antes de lo que deberían (o podrían) porque presentan situaciones invalidantes o de cierta incapacidad a edad temprana. También hay un gran número que debió recurrir a tratamientos quirúrgicos o a la colocación de prótesis.
Entre las causas que más se relacionan con estas ‘patologías profesionales’ como son llamadas las lesiones cuando se desarrollan en deportistas ‘de elite’, se cuentan el sobreuso, es decir la repetición constante de determinados movimientos sin que exista tiempo suficiente de recuperación; la utilización de sobrecargas, razón por la cual muchos hoy ex deportistas e ídolos tienen colocadas prótesis de cadera; las desviaciones de la columna o los miembros inferiores, situación que provoca una mala biomecánica del ejercicio y favorece las lesiones; el sobreentrenamiento o la repetición de movimientos sobre el sitio del dolor y, finalmente, las malas técnicas de entrenamiento.
Podemos aclarar que cada deporte tiene sus lesiones «favoritas». Es decir que mientras es más probable que un futbolista sufra daños en sus rodillas (esguince, rotura de ligamentos) o sus tobillos (fractura, luxación, esguince), en el tenis por ejemplo son los problemas de muñeca, abdominales, espalda y el «codo del tenista» (epicondilitis).
Ya sea en el fútbol, el rugby, así como también en el voley ball donde predominan los problemas en los hombros y el hockey, con un alto porcentaje de molestias en la cintura, las muñecas y las rodillas, es importante poder contar con herramientas de diagnóstico por imágene que permitan -ante la presencia del dolor o la molestia- saber qué es lo que está pasando para poder poner en marcha el abordaje adecuado.
Esto es relevante porque un mal diagnóstico puede perjudicar a un deportista tanto como una rehabilitación ineficiente. Todos y cada uno de los métodos de diagnóstico por imágenes tienen utilidad en la evaluación de las lesiones deportivas. Su utilización entonces dependerá del tipo de lesión y de la indicación médica. En este sentido no es lo mismo un problema muscular que uno tendinoso o articular.
No es distinta la lesión que puede tener una persona que no se dedica al deporte que una que sí, en un desgarro de menisco por ejemplo, la situación es la misma. La diferencia, entonces, está en cómo ese problema repercute en la vida de una y otra. Mientras que para el deportista no sólo implica la modificación de su calidad de vida sino también un cese en su actividad, para el otro probablemente sea sólo una complicación más en su vida diaria.