El estar enfermo implica una serie de condiciones vulnerables y desagradables que se reflejan en los síntomas a través de los cuales el médico, junto a los resultados del examen físico y pruebas de laboratorio, puede hacer un diagnóstico de la enfermedad y establecer un tratamiento; la interpretación que hace de su padecimiento también implica una dolencia, por lo que la persona experimenta una gran ansiedad.
Todo acto médico involucra el intento científico de curar una enfermedad y el esfuerzo humano de cuidar un paciente. Por esta razón, la relación médico paciente es pilar fundamental de todo acto médico, sin embargo el enfoque actual de los sistemas de prestación en salud en el mundo que buscan productividad han cambiado el término paciente por el de usuario o cliente.
La comunicación verbal no es el único mecanismo de la relación médico – paciente, la actitud, expresión y sus movimientos corporales forman parte de la comunicación no verbal.
El enfermo tiene derecho a un trato digno y amable, a que se le explique su enfermedad, a la protección delicada de su intimidad corporal y personal especialmente en el curso de las exploraciones o cuando no sea capaz de cuidar de sí mismo; también tiene derecho a decidir qué se ha de trasmitir a sus familiares y allegados.
Debe respetarse su libertad para rechazar intervenciones o tratamientos. Los enfermos terminales tienen derecho a tratamientos paliativos que contribuyan a mejorar su sufrimiento y mantener su dignidad, sin recurrir a tratamientos inútiles que le alarguen penosamente la vida (obstinación terapéutica).
La actitud del médico frente al paciente influye enormemente en que éste se recupere más rápido o, en su defecto, en que se agrave su enfermedad, pues su actitud y trato hacia él favorece la confianza o genera rechazo y negatividad, lo cual puede llevar a que empeore su cuadro clínico. Si en algún momento se invierten los papeles y al médico le corresponde ser paciente, ¿no le agradará un buen trato y que le respetaran sus derechos?