Hepatitis es la inflamación del hígado y puede ser ocasionada por diversas causas: virus, medicamentos y la llamada hepatitis autoinmune, en la cual el propio organismo autodestruye las células hepáticas.
Entre las más comunes figura la hepatitis viral que puede ser ocasionada por cinco tipos de virus: A, B, C, D, y E. Los tipos B, C y D están comúnmente relacionados con el desarrollo de enfermedad crónica del hígado, cirrosis y cáncer hepático.
Los síntomas de la hepatitis viral se dividen en 3 fases: el llamado período prodrómico, que es el comienzo de la enfermedad, la etapa de ictericia, en la cual el paciente se torna amarillo y la fase de la recuperación.
El período prodrómico varía en tiempo según el tipo de hepatitis en cuestión y suele ser de aproximadamente 4 semanas en la hepatitis A, de 4 a 12 semanas en las hepatitis B y D, de 7 semanas en la C y de 5 a 6 semanas en la E. En esta fase de la enfermedad el paciente suele experimentar falta de apetito, nausea, vómito, cansancio, malestar general, dolor en articulaciones, músculos y cabeza, generalmente le molesta la luz, puede tener dolor de garganta y tos. En los tipos A y E suele haber fiebre de 38 a 39° C. En esta etapa el paciente comienza a presentar un color oscuro en la orina y claro en la materia fecal.
Aproximadamente 5 días después de los cambios en la coloración de la orina y las heces, comienzan a disminuir los síntomas prodrómicos e inicia la etapa en que el paciente presenta una tonalidad amarillenta en la piel y los ojos, condición conocida como ictericia. Para este momento el paciente puede haber perdido de 2.5 a 5. kilos de peso. El hígado y el bazo suelen tener un tamaño mayor de lo habitual lo cual genera cierta molestia en el cuadrante superior derecho del abdomen. En la hepatitis C, los pacientes pueden no presentar síntomas o un cuadro clínico leve sin ictericia.
En la fase de recuperación, que puede durar de 2 a 12 semanas, el enfermo se siente mejor, desaparecen los síntomas mencionados anteriormente y puede permanecer un incremento en el tamaño del hígado. Los pacientes con hepatitis tipos A y E suelen tener una recuperación total en 1 o 2 meses; en los casos de hepatitis B y C la recuperación es de 3 a 4 meses.
El virus de la hepatitis A se encuentra en la materia fecal y se transmite ingiriendo alimentos contaminados. El virus A se inactiva mediante el hervor o con el contacto con cloro y radiación ultravioleta (luz solar), de ahí que los alimentos bien cocidos o desinfectados con cloro evitan el contagio y la ropa secada al sol estará libre del virus de la hepatitis A.
En el caso de la hepatitis B existen varios subtipos que están relacionados tanto con la severidad de la infección como con la capacidad de contagio que se da por sangre (transfusiones o por el intercambio de agujas contaminadas, especialmente en personas que consumen drogas intravenosas), por contacto sexual o de madre a hijo durante el embarazo y al momento del parto.
El virus de la hepatitis D requiere de la presencia del de la hepatitis B para replicarse y se transmite principalmente por sangre y en menor grado por contacto sexual.
El virus de la hepatitis C es muy común en personas que se sometieron a transfusiones antes de 1990 cuando todavía no existían exámenes para detectarlo. La mayoría de los contagios ocurre por transfusiones, intercambio de agujas contaminadas y muy rara vez por contacto sexual o de madre a hijo.
El virus de la hepatitis E, al igual que el de la A esta presente en las heces y se transmite por alimentos contaminados, es común que aparezcan casos en personas que viven en localidades que sufrieron una inundación.
El diagnóstico de hepatitis se confirma mediante la realización de estudios en sangre que permiten determinar los anticuerpos contra cada uno de los virus causantes de la enfermedad. Además existen estudios específicos para saber si una persona tiene o tuvo el padecimiento.
En la mayoría de los casos la hepatitis A tiene un curso benigno y el paciente se recupera en su totalidad sin secuelas. Los tipos B y D, aunque en raras ocasiones, pero tienen la capacidad de desencadenar un cuadro fulminante. La tipo E también puede terminar en una hepatitis fulminante, principalmente en mujeres embarazadas. Cuando existe hepatitis fulminante el paciente suele caer en coma y la muerte sobreviene en 80% de los casos. Otra rara complicación de la hepatitis B es la posibilidad de que se vuelva crónica, condición que es sumamente común en los casos de hepatitis C; estos pacientes tienen del 85 al 90% de probabilidad de desarrollar hepatitis crónica, y del 20 al 50% de posibilidades de desarrollar cirrosis. Los tipos B y C también incrementan el riesgo de presentar un cáncer de hígado.
El manejo de los pacientes con hepatitis viral depende otra vez del tipo en cuestión: los tipos A y B no requieren de tratamiento; solo se recomienda una dieta rica en calorías, de preferencia por la mañana porque por la tarde el paciente suele presentar náuseas y evitar medicamentos que sean metabolizados por el hígado.
Debido a la alta capacidad de la hepatitis C de volverse crónica, estos pacientes deben recibir medicamentos antivirales. En algunos casos de hepatitis B y D, pueden requerirse fármacos. En la hepatitis fulminante el enfermo debe hospitalizarse y tratarse en una unidad de cuidados intensivos. Cuando es posible, el trasplante hepático aporta excelentes resultados en la hepatitis fulminante.