Las papas fritas, las palomitas de maíz los alimentos muy procesados, los alimentos ahumados, embolsados y listos para servir son una tentación casi imposible de resistir, pero también son una salada amenaza que puede destruir bocado a bocado nuestra calidad de vida. El 75% de la sal que llevamos a nuestro organismo, proviene de los alimentos procesados. Eso explica, entre otras cosas, por qué resulta tan sencillo hacerse adicto a la sal para contentar a nuestros ansiosos paladares y por qué la hipertensión, más que una enfermedad, se ha vuelto casi una costumbre. En el 80% de la población mundial que no consume sal comúnmente, la hipertensión también es poco frecuente. Sin embargo, en los lugares donde es muy usada como Japón, México y Perú, la hipertensión adquiere proporciones epidémicas, afectando, en el caso de nuestro país, a casi la mitad de las personas en edad adulta. Esto no está muy distante de convertirse en realidad para los latinos y estadounidenses, que consumen en promedio de 10 a 20 gramos de sal por día (de 2 a 4 cucharaditas), los cuales constituyen de 10 a 20 veces más sal de lo que realmente necesitamos. Para que la sal no se convierta en un potencial asesino, debemos disminuir en nuestras dietas este componente, reemplazándolo por un aumento de fibras naturales, que reducen en 10% la presión sanguínea. También la reducción de las bebidas alcohólicas que, generalmente, va acompañada de ricos pero contraproducentes bocadillos salados, resulta también beneficiosa, tanto por los hábitos de consumo como por los componentes orgánicos que ganamos.
Adicción a la sal
Cuanto más abusas de la sal más necesitas de ella para condimentar los alimentos