Es uno de los viajes que muchos de nosotros hacemos con más frecuencia al día, y sin embargo, cuando lo hacemos, no podemos evitar experimentar una cierta sensación de ansiedad. Se trata nada más y nada menos que del viaje en ascensor, un recorrido que a pesar de durar unos pocos segundos nos suele resultar ligeramente incómodo. El elevador se convierte en un espacio interesante, en donde las normas de comportamiento se vuelven extrañas. Son ámbitos socialmente curiosos y a la vez raros.
Las conversaciones que comenzaron en el hall tienden a extinguirse rápidamente en la densa atmósfera del ascensor. Por lo general entramos y nos damos vuelta para ponernos de frente a la puerta.
Si alguien más entra, puede que tengamos que movernos. Y aquí es donde los pasajeros comienzan a hacer -sin pensarlo- una serie de movimientos semejantes a los pasos de un baile preestablecido.
Al igual que en los puntos en los dados, la gente tiende a pararse en un lugar específico, cuando estamos solos podemos hacer lo que queremos: la pequeña caja es toda nuestra.
Si hay dos personas, cada uno se ubica en una esquina, pararse en diagonal, es la forma de crear la mayor distancia posible, cuando entra una tercera persona, de forma inconsciente formamos un triángulo. Y, cuando se incorpora una cuarta persona, cada uno se para en una esquina, en caso de que ingrese una quinta, la desafortunada siempre se tiene que situar en ese incómodo centro del ascensor.
A partir de aquí, la cuestión se complica. Las personas que ingresen en ese momento deberán medir la situación apenas se abran las puertas y tomar una decisión inmediata. Una vez dentro, el protocolo para la mayoría es simple: mirar hacia abajo, o al teléfono.
Pero ¿por qué nos comportamos de forma tan extraña en esta caja que sube y baja?. Por lo general, cuando estamos cerca de una persona , dejamos una distancia de por lo menos un brazo. Y eso no es posible en la mayoría de los elevadores, por eso nos encontramos en una situación muy inusual.
En un espacio tan pequeño y encerrado se vuelve vital, actuar en una forma que no pueda ser interpretada como amenazadora, rara o ambigua. La manera más fácil de lograrlo es evitando el contacto visual.
En alguna parte de nuestra mente nos sentimos ligeramente ansiosos, comenta Nick White, un oficinista de Nueva York que tuvo la mala suerte de quedarse atrapado en un ascensor durante cerca de 40 horas, durante su agonía, White empezó a pensar en otro espacio encerrado que tenemos escondido en algún lugar de nuestra mente: una tumba.
Te encuentras dentro de una máquina que se mueve y que no controlas. No puedes ver el motor y no sabes cómo funciona, esta sensación de pasividad y de estar en las manos de una máquina es más intensa en la era de los ascensores «inteligentes», que no tienen botones.
Después de pasar por un control de seguridad o de apretar un botón en un tablero central, los pasajeros se dirigen hacia un ascensor que está programado para detenerse en el piso al que van, sin necesidad de que éste presione ninguna tecla. El sistema está diseñado para reducir el número de paradas innecesarias. Aunque es un sistema más eficiente, no todo el mundo se siente cómodo con él.
Pese a que generan una cierta dosis de ansiedad, los ascensores -inteligentes o no- son más seguros que los autos, y mucho más seguros que las escaleras mecánicas, es uno de los medios de transporte más seguros.