En 1859, Carlos Darwin publicó «El origen de las especies», un libro que transformó la percepción del mundo en relación al desarrollo de la vida en la Tierra.
Pero desde entonces, los científicos se han preguntado si los humanos se han sustraído de alguna forma del poder de la selección natural. No hay duda de que los humanos son una especie única en el reino animal. Hemos desarrollado tecnologías que nos han permitido resguardarnos de la furia del medio ambiente, como ninguna otra especie ha podido.
Mientras los osos polares desarrollaron una piel peluda, así como capas de grasa para resistir los embates del frío del Ártico, los humanos pueden desollar a los osos y usar la piel para cubrirse del frío.
¿Significa esto que, en un momento dado, los avances tecnológicos comenzaron a impedir nuestra evolución? Somos récords vivientes de nuestro pasado
Al descifrar la secuencia del genoma humano, los científicos han logrado encontrar pistas para responder a esta pregunta. Por medio de la comparación genética, los investigadores pueden determinar las diferencias entre los seres humanos y cuánto hemos evolucionado.
El color de la piel es el ejemplo más obvio, pero hay otros, como el metabolismo, que ha cambiado para permitir digerir alimentos que antes no se podían comer. El ejemplo más obvio es el de la lactosa, el azúcar que contiene la leche. Unos 10.000 años atrás, antes de que los humanos desarrollaran la agricultura y la ganadería, nadie podía digerirla más allá de los primeros años de edad.
Actualmente los niveles de tolerancia a la lactosa en diferentes partes del mundo ofrecen pistas sobre las diferencias en el desarrollo. Mientras que el 99% de los irlandeses, la toleran, en el sudeste asiático, donde hay muy poca tradición agrícola, la tasa es de menos del 5%.
Somos récords vivientes de nuestro pasado, señala el Dr. Pardis Sabeti, genetista de la Universidad de Harvard. Revisando el ADN de diferentes individuos y tener una idea de cómo han llegado a ser lo que son, la tecnología no nos impidió evolucionar en el pasado.
El Profesor Steve Jones, un genetista del University College London, recordó que, en tiempos de Shakespeare, sólo uno de cada tres niños llegaba a los 21 años. Todas esas muertes eran materia prima para la selección natural, muchos de esos niños morían por los genes que portaban, pero hoy en día cerca del 99% de los niños nacidos sobreviven a esa edad.
La gran mayoría de los avances tecnológicos que protegen al ser humano de su entorno son producto del último siglo. ¿En el mundo en desarrollo, sobre qué base podría actuar la selección natural?
La selección natural, si no se ha detenido, al menos se ha frenado, señala el profesor Jones.
En los países en desarrollo, casi todo el mundo vive suficiente tiempo como para pasar sus genes a otra generación, aunque muchos optan por no hacerlo, algunas personas tienen tres hijos, otras no tienen ninguno, de manera que la selección natural podría también actuar de otras formas.
El mensaje principal del estudio de Framingham es que los fenómenos biológicos van a cambiar como producto de la cultura. El hecho de que mucha gente en el mundo en desarrollo escoja no pasar sus genes a otras generaciones, ha llevado al biólogo Stephem Stearns a ver el proceso de evolución en la actualidad de una forma completamente radical. Stearns investigó la historia médica de miles de mujeres, como parte de un estudio de largo plazo en un pequeño pueblo de Massachusetts, llamado Framingham, la investigación abarca varias décadas a partir de los años 50 y busca determinar qué genes está pasando la población que tiene hijos, y cómo eso se refleja en la población como un todo.
Lo que hemos encontrado, es que la selección natural parece operar en este caso llevando a que la población sea más baja de estatura y con más peso.
Esto no fue resultado de que la gente comiera más y destaca que no hay evidencias de que la tendencia continuará indefinidamente. Se trata de cambios muy pequeños y pausados, similares a los resaltados en los estudios de Darwin.
Otro mensaje del estudio de Framingham es que nuestra evolución continúa, que los fenómenos biológicos van a cambiar como producto de la cultura y simplemente no lo vemos porque estamos en medio de ese proceso en la actualidad.
La tecnología puede haber detenido algunas fuerzas evolutivas como las enfermedades, pero eso no significa que los humanos han dejado de evolucionar. Por el contrario, en un mundo globalizado, con rápidos avances médicos y genéticos y con mayor poder de los seres humanos para determinar su futuro, factores más poderosos podrían jugar un papel importante.
El curso de nuestra evolución futura va a ser decidida tanto por la naturaleza como por nosotros mismos. Puede ser que nuestra evolución dependa menos de cómo el mundo nos cambia y más de nuestra gran habilidad para cambiar al mundo.